La industria de la construcción ha sido duramente golpeada por la nacionalización. El cemento y las cabillas escasean (en ambas ha medrado el mercado negro). Sidor produjo 4,3 millones de toneladas de acero en su último año de administración privada; este año aspira alcanzar dos millones de toneladas. Otra razón por la que las constructoras se han ralentizado o detenido es que el gobierno les ha prohibido que ajusten los precios según la inflación, que está por encima de 30%. A principios de noviembre, Chávez expropió seis urbanizaciones en construcción, para el horror de la mayoría de los compradores. Los constructores, señala el presidente, son "bandidos" que no recibirán ninguna compensación por la medida.
La historia se repite en casi todas las áreas donde ha incursionado el gobierno. La nacionalización de la electricidad contribuyó a la escasez del suministro eléctrico, en presencia de un severo racionamiento a principios de año y constantes apagones en todo el país. La industria petrolera, gran parte de la cual ya era propiedad del Estado, ha visto decaer la producción del crudo y de los productos refinados (en cuánto, eso es materia objeto de debate).
Las encuestas sugieren que la mayoría de los venezolanos desaprueba las nacionalizaciones y respalda firmemente la propiedad privada. Pero Chávez al parecer sigue el consejo de Alan Woods, un trotskista galés devenido en asesor informal. Woods exhortó públicamente al presidente a que respondiera ante su revés electoral "acelerando el proceso revolucionario", expropiando tierras, bancos y las principales industrias. Más les vale a los venezolanos prepararse para más nacionalización, escasez y declive económico.
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